En el primer enero del nuevo siglo salimos a caminar hasta llegar al club con pileta. Un día de reyes magos ideal para sofocar el calor,
o en realidad para aprovechar otra jornada de amistad y libertad.
Elegimos ese destino dándole descanso al fulbito bajo el sol radiante.
Además, está bueno cambiar la rutina de vez en cuando, ¿no?.
Con la generosidad de nuestros señores padres, todos juntamos los pocos manguitos que costaba la entrada a la colonia de vacaciones.
Las ansias por llegar al agua se vieron fastidiadas por tener que cumplir con el trámite médico. Una vez en malla, nuestros pies corrieron con la expectativa de zambullirse y salpicar a medio mundo. El último, como siempre, era cola de perro.
Alucinante tarde nos cayó del cielo. Las carcajadas iban y venían.
De todas las idioteces que hacíamos, la mejor era ir a la pileta de los más pendejitos solamente para cubrirla de meo. Algo se lo merecían. Después, cada uno trató de pescar hembras por sus propios medios.
Los hábiles, no sé cómo, ganaban enseguida. Los lelos (acá estoy) teníamos que remarla contra viento y marea.
Yo encaré a un manjar que me complicó la existencia. Hablando en criollo, me partió la cabeza desde que la ví jugando con sus amigas. Sanamente pensé en invitarla a tomar algo, y si me decía que no, intentaría ahogarla. Por suerte me dio un changüí y se bancó el sinsentido de mis palabras. En un momento dado saludó a un amigo mío que andaba por ahí, cayendo en la cuenta de que ya teníamos algo en común.
'No pasa nada pero ya va a pasar' me dije con cero ganas de cortarme el chorro. Era la hora de volver, de la triste despedida, o más bien del hasta pronto. Quedé con la morocha en encontrarnos en la casa de mi amigo, quien a fin de mes cumpliría años.
Esas 3 semanas y pico se hicieron larguísimas. Como un gil no me había percatado de lo extensamente tortuoso que podría significar semejante tiempo de abstinencia. En ese interín, fuentes cercanas me dijeron que se había ido a Mar del Plata, de modo que no había forma de verla antes de lo pactado. Noches en vilo fueron las consecuencias del flechazo en el corazón.
Aquella fecha de ñoquis llegó, pero el aniversario de la existencia de mi amigo poco importaba si no aparecía ella. Hasta que entró, ufff.
La fiesta estaba asegurada con sus pasos de baile, sumando al exagerado alcohol como elemento fundamental para desatar a los más tibios. Pasada la medianoche, el clima de confianza era total.
El hogar dulce hogar del cumpleañero se convirtió en estado de sitio, tentador para cualquier animal suelto. Desde la ventana de la cocina yo planeaba la escena del crimen. Otros cantaban desaforados,
en pleno éxtasis, cabalgando por curvas definitivamente peligrosas. Por este sector, mi ser permanecía intacto sobre la puerta trasera, craneando el punto cúlmine de la joda ambulante. Tomé aire,
lo pensé bien, y sí, era lo que debía hacer. Manos a la obra.
Me metí en el boliche improvisado dentro del living, disimulé dejarme llevar por la música, como participando del juego de seducción. De pronto, cuando nadie se lo esperaba, sujeté violentamente a mi chica, corrí hacia el patio con ella en mis brazos, y la arrojé a la pelopincho. Quedó hermosa con sus ropas mojadas. Luego, todos plagiaron esa secuencia tirando más gente al agua. Desastroso jolgorio, caos absoluto hasta que nos dejaron solos.
Recuerdo su sonrisa, antes de decirme que sí, cuando le pregunté si sabía nadar. Rápido y furioso le dije (en chiste) que me enseñara. Sin embargo, dentro mío no lo tomaba como una broma, al contrario.
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1 comentario:
Qué buena veta sacaste a flote, Fede. Mis albricias!
Abrazo! M.
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