"Es una de esas noches donde a todos nos gusta la misma bailarina" dice el cantor y una voz familiar lo repite. Nadie escucha esa cita porque sobre el escenario hay una banda que suena de puta madre. Un aplauso fuerte para los pibes, che. Cualquier desprevenido diría que están tocando juntos desde hace un largo tiempo, aunque no. Como debía ser, el bar explotó. La entrada era libre y gratuita, pero daba culpa no tirarle unos billetes a semejantes jóvenes talentos. Brillante idea sacó de la galera el más amigo de los músicos: pagar entre varios espectadores la ronda de cervezas. En un par de mesas para los artistas de la noche y su público más cercano fue el festejo. Esa suerte de VIP under duraría poco. Esto se debe a que después subió un grupo que mejor olvidar. Pendejos ruidosos con la fórmula para levantar minitas. Bah, eso dice un contrabajista de jazz, desmereciendo categóricamente a púbers punk rockers.
Al cuarto o quinto tema, la muchachada se fue del lugar para mudar el carnaval a otro lado. Había alegría, ganas de celebrar una función que salió redonda. Todavía en las inmediaciones del bar, se tejían distintos destinos y el común acuerdo parecía lejano. Antes, debían trasladar los intrumentos a casa. Entre banda y amigos sumaban 14. El hijo del fletero llevó a la mitad y la otra se quedó. Oh casualidad, cuando llegaron al hogar del baterista, éste recordó que tenía algo para tomar. Sorprendidos por la cortesía del anfitrión, todos afilaron sus orificios nasales en víspera de una velada flashera. Nadie quería quedarse afuera de la fiesta. Lista de invitados: risas, putas, rayas, heladera, alcohol, líneas, música, baile, blanca, más rayas y líneas. Al otro día, seguramente se sorprenderán al notar que se olvidaron de cierta gente. Desde la plaza, aquellos ya sospechan que quedaron varados por el resto de la madrugada, bailando con la más fea.
viernes, 26 de febrero de 2010
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